20.3.06

¿DESNUDARSE ANTES DE MORIR? * * *

¿Es saludable desnudarse antes de morir?
Más desnudo, imposible



Si se leen las ideas que laten en tantísimos artículos de opinión y editoriales, es posible sufrir la alucinación de que la gente de pluma no ha hecho sus deberes culturales o que dice banalidades repetitivas para ganarse el sueldo. Digamos lo facilón, chicos, como si fuera novedad. Todos los días lo mismo y todos los días nuevo.

Al destapar tales tarros de esencias –llámame “pomo”- dos soledades básicas quedan al aire: que la derecha no quiere ser derecha sino la vieja izquierda liberal que violentó nuestro Siglo XIX, y que la izquierda sí quisiera ser izquierda pero no le sale. En cuanto se descuida se hace también liberal. Entrambras, el mundo natural, impresionado por tanta sabiduría en letra de molde.

Pasen y vean a los monstruos de la creación, dotados de una imaginación fértil pero de invernadero. Comencemos por Zarzalejos que acaba de descubrir que el nacionalismo es arcaico y contrario a la libertad de mercado. Los catalanistas no son buenos liberales y les aguarda el castigo de las nuevas tecnologías que reducirán a polvo esa manía de ser extemporáneos. Hasta aquí, bueno, qué se le va a hacer, pero que conste que las cosas que pasan hoy son de hoy, o sea, de dentro de este tiempo: actuales. Lo antiguo de verdad es el pensamiento, que lleva existiendo un millón de años y aún se nos atasca.

Lo chocante viene cuando el director del ABC comete una cita de Denis Jeambar, que no es extemporáneo, y descubre al universo mundo una novedad inadvertida hasta hoy: que la democracia de ahora “ni siquiera es ya opinión, sino emoción”. ¿De veras, Zarzalejos? ¿Está usted seguro? No vayamos a dar la noticia y luego nos salga con que la democracia fetén para este tiempo es el supermercado, que no es mala opinión: todos iguales, con carrito y con libertad de gastar porque, gracias a don Adán Smith, hay en qué gastar. O sea, hay mercado.

No consiento que me tomen el pelo, porque deja a la intemperie las neuronas más aplicadas y hasta la médula oblonga. Si Denis Jeanbar .-que debe ser mosaico al menos- dice que estamos ya en la democracia emocional (porque queman coches por las calles, supongo) y Zarzalejos lo ha leído, Monsieur Denis se está quedando con nosotros, que a lo mejor no hemos visto películas de los años treinta, la de aquel James Steward que se quería suicidar y por poco le hacen presidente, ni leído las parodias electorales de Chesterton, anteriores aún, en que acaban prendiendo fuego al agua, hazaña política de trascendencia casi bíblica y milagrosa. A lo mejor no hemos leído ningún discurso del demócrata Lincoln ni la repetidísima declaración de independencia de los Estados Unidos. O sea, las democracias han apelado siempre a las emociones; los candidatos han tratado siempre de emocionar al gentío y aquí tenemos a Castelar .presidente de República durante un naufragio, con sus castelarinas. “Grande es Dios en el Sinaí”, o sea, racionalidad en grado sumo, aunque tonante y ardiente. Repasemos la Legalidad republicana, y aquellas parrafadas de Largo Caballero o de la Pasionaria, tan racionales, tan de opinión. Y aquellas opiniones tan bien expresadas, como el pre-feminismo, que paseaba Pancartas y gritaba “Hijos, sí, maridos no”. No es menos emocional que el silencioso “ni hijos ni maridos” actual.

O sea, que descubrir a estas alturas que la Democracia es cosa de la emoción, del modo de desatar emociones y de manipularlas, de ofrecer a la imaginación el moro y el oro de manera que parezcan posibles, es como algo extemporáneo. No es que el sistema Democrático haya dejado de ser racionalista o de basarse en opiniones serias: es que nunca lo fue. Y diga el pueblo si el socialismo es una emoción o no –entre venganza y codicia-, si lo es el liberalismo –entre ambición y miedo- o si lo es el nacionalismo –entre rencor y trinque. Vamos a vendimiar y nos llevamos uvas. Las democracias conocidas se han basado siempre en abrumar a los electores, en exaltarlos, en emocionarlos y en defraudarlos. Emociones en vano, pero emociones, y hay que moderarse a la hora de descubrir novedades, aunque nos las comuniquen Denis Jeanbar o Zarzalejos, seguramente personal culto pero sin puntería. La Democracia Moderna siempre ha sido un modo extremado de tratar los asuntos, que suelen entregarse a quien más bulto hace y más ruido mete. Y eso desde sus dos inauguraciones: la Revolución Americana y la Francesa, situaciones bastante emocionales ambas.

Del otro lado, y contradiciéndose con lo anterior, está el descubrimiento racional, razonable y novedoso en el 2006, de que “El derrumbe del sistema comunista y el atasco de la social democracia han destruido el ecosisterma de la izquierda creyente” (ABC. Álvaro Delgado-Gal). Pero es que el Socialismo Científico nació ya inviable, y bien que se lo dijeron. Sólo mediante su conversión en Fe, en Creencia, en secta activa, pudo movilizar a las personas y, conseguida su implantación, sólo desde el terror las mantuvo quietas. Emociones. Y esa izquierda, además, jamás tuvo “nicho ecológico” porque jamás fue natural ni capaz de integrarse con otras circunstancias de la vida. Nació para mandar y oprimir y no tocaba lugar que no desertizara. O sea, tan ecológico como las Centrales Nucleares, pero más a lo grande.

Sí es cierto y oportuno decir “la izquierda creyente”, que la hay. Cree en lo que le indican; cree en un mundo mejor gratis tanto como la derecha lo hace en un mundo mejor de pago. Lo que no es ni verdad ni novedad en que esto suceda ahora y sea un fenómeno de ahora, porque la gente lleva sabiéndolo desde el Siglo XIX y hablando de ello, pero sin hacer gran cosa por remediarlo.

O sea, redescubrir América no es un objetivo loable, aunque pueda serlo conveniente. La Democracia siempre ha sido emocional. La izquierda nunca ha tenido acomodo ecológico porque se ha basado en la negación de casi todas las evidencias naturales y humanas cuidando, eso sí, de manipular el darvinismo a su voluntad. Y hasta a los pobres guisantes de Mendel.

Suministrar a la gente opiniones extemporáneas con trajes y palabras nuevas no es lo más oportuno para una sociedad en crisis, no asentada aún, privada del tiempo necesario para el análisis de lo que se le da como merienda. Lo oportuno es siempre la verdad. Y no seguir en la estela de dos siglos de preguntarnos sin son galgos o podencos.

Más útil nos resultaría contestar a la pregunta que forma el título de esta página: ¿Es saludable desnudarse antes de morir? Teniendo en cuenta que la muerte perjudica la salud y que cuando uno muere, lo hace por mucho tiempo

Rector Abundio, el Embalao.

Nota de Trapisonda: Lea la página de abajo. Es mejor.